En el momento de concluir, Madre misericordioso, te queremos bien, aunque con frecuencia no lleguemos a demostrártelo. Tú lo sabes, somos más infelices que malos, pero tu santidad nos atrae y nos consuela.
Te sentimos siempre como nuestra hermana, nuestra tierna Madre. Inmaculada y Dolorosa; Tú, la llena de gracia y nosotros llenos de pecados. Es Dios quién ha hecho cosas grandes en ti. Oh María, nos has dado a Jesús, continúa dándonoslo cada día, cada hora. Oh María, sé nuestra respiración, nuestro amor, y no nos abandones "ahora y en la hora de nuestra muerte". Amén.
Temer ¿a qué?
Te copio una copla popular que hace siglos rezaban los cristianos con frecuencia, para que ahora se la digas a Ella:
"No, no temo nada; no temo a mis pecados, porque puedes remediar el mal que me han causado; no temo a los demonios, porque eres más poderosa que todo el infierno; no temo a tu Hijo, justamente indignado por mí, porque se aplacará con una sola palabra tuya. Sólo temo que por mi culpa deje de encomendarme a Ti y así me pierda".
¡Qué seguridad! ¡Y qué lógico! Si yo no le dejo, Ella no me dejará. Lo único que puede darnos miedo es dejar de rezar y alejarse de María.
Madre mía, hoy acaba el mes dedicado a Ti. Tenme siempre cogido de tu mano. Cuídame cada día hasta el día de mi muerte. Y así vaya al cielo, donde ya poder estar contigo por los siglos. Amén.
Ahora puedes seguir hablando a María con tus palabras, comentándole algo de lo que has leído.
Después termina con la oración final.
Texto escrito por José Pedro Manglano Castellary (Sacerdote)
Asegura el viejo pensador: “Mira dentro de ti. Allá está la fuente del bien, que nunca se agotará con tal de que vayas excavando tu interior en cada instante”.
La Pascua, nos invita a descubrir esa alegría de esa fe cristiana que, a veces, tanto disimulamos y tanto nos cuesta manifestar.
Entregar una flor “tulipán” a Santa María conlleva descubrir la belleza y el colorido que aporta el mensaje de Cristo cuando se vive y se cuida con intensidad y con interés.
El “tulipán” florece a los cien días de ser sembrado y, después, va apagándose para en el próximo año y con el mismo bulbo volver a nacer.
María nos recuerda que la Palabra de Jesús se cumple. Vivamos con alegría y cerremos los ojos a este mundo con la misma alegría y certeza de saber que volveremos a encontrarnos por aquel que triunfó sobre la muerte: CRISTO.
Así lo sintió Ella, ni corta ni perezosa (con la alegría de llevar en sus entrañas a Jesús) se puso en camino para hacerle saber a Santa Isabel lo que el ángel le había hecho partícipe. Mientras tanto, muchos de nosotros, aletargados y enmudecidos por no sé qué miedos o temores en los rincones de nuestras sacristías. Que no se apague el fuego de Pentecostés.
J.Leoz
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