En nuestra última tarde, ciertamente María correrá junto a nosotros porque sabe que la hora de la agonía es dura. En efecto, muchos llegan a aquel momento con las manos vacías de bien y cargadas de mal.
Y el alma en aquel momento es cuando ve las cosas en su verdadera realidad. Ella vendrá a nuestro encuentro. Ella que escuchó nuestras diarias oraciones de pequeños y de adultos: "Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte", correrá en nuestra ayuda. María estará junto a nosotros como una tierna madre en la cabecera del hijo moribundo. Mientras nuestros parientes y amigos se verán impotentes acudirán a los doctores; pero será María quien despliegue toda su potencia y bondad. ¡Qué consuelo notará en el momento final quien tanto amó y rezó a María durante su vida!
¡No dejarles... aunque está hecho un desastre!
Cuenta San Alfonso María este sucedido: en 1604, a dos jóvenes de Flandes, que llevaban una mala vida, al pasar una noche en casa de una mujer pecadora, de vida deshonesta, les ocurrió lo que se cuenta a continuación:
Ricardo, uno de los jóvenes, salió de aquella casa y cuando llegó a la suya se acostó. Una vez en la cama se acordó de no haber rezado las tres Avemarías, que acostumbraba rezar todos los días a su Madre la Virgen. El sueño ya le había vencido, pero venciendo la pereza las rezó, aunque sin mucha devoción y luego se acostó de nuevo.
Apenas había empezado a dormir notó que alguien golpeaba con fuerza la puerta de su habitación.
Quien golpeaba la puerta era el alma de su amigo. (Cuando morimos, nuestra alma sigue viviendo, y en algunas ocasiones permite Dios que, de forma extraordinaria, actúe físicamente. En este caso lo permitió Dios para que Ricardo cambiase de vida).
Ricardo se levantó y sin abrir la puerta preguntó: -¿Quién eres?
-¿Es que no me reconoces?, ¡soy un desgraciado, -exclamó triste el alma del amigo- estoy condenado!
- ¿Cómo así?
-Tienes que saber, Ricardo que, al salir de aquella casa me atacaron y caí muerto ahogado; mi cuerpo quedó tendido en la mitad de la calle y mi alma está en el infierno. Lo mismo te hubiera pasado a ti, pero Santa María te salvó de él por las tres Avemarías que le rezas cada noche. Y acabó diciendo: aprovecha esta revelación de la Madre de Dios, tú que tienes tiempo. Y desapareció.
La Virgen quiso que el alma de su amigo le revelase a Ricardo lo sucedido para que cambiase de vida. Ricardo se puso a llorar y a dar gracias a la Virgen; sonaban entonces las campanas de la iglesia y decidió ir a confesarse y hacer penitencia.
Fue y se lo dijo a los sacerdotes; estos, que no lo creían, se dirigieron a la calle donde estaba el cuerpo de su amigo y lo vieron muerto y tendido en mitad de la calle; comprobaron así que Ricardo no había mentido. A partir de entonces Ricardo cambió de vida e hizo muchas cosas por Dios y por los demás.
Perdona, María, las veces que rezo el Avemaría sin atención, como de carrerilla, sin darme cuenta de que te lo estoy diciendo a Ti. Procuraré fijarme más en los pronombres en segunda persona (Tú, te, contigo). De todas formas, aunque me siga distrayendo, no me preocupa: sé que te gusta lo que digo, y sabes que te lo digo porque te quiero. Todas las noches te daré las buenas noches rezándote las tres Avemarías... ¡con atención!
Ahora puedes seguir hablando a María con tus palabras, comentándole algo de lo que has leído. Después termina con la oración final.
Texto escrito por José Pedro Manglano Castellary (Sacerdote)
Afirman que no hay nada mejor para la salud y el brillo de los ojos que una buena infusión de “jazmín”.
Tal vez, agobiados por el escaparate y el fuego de artificio, hemos olvidado pedir a Dios “ojos para ver bien”, “para juzgar bien”, “para actuar bien”.
Tal vez, agobiados por el escaparate y el fuego de artificio, hemos olvidado pedir a Dios “ojos para ver bien”, “para juzgar bien”, “para actuar bien”.
María, mejor que nadie, supo distinguir con larga vista aquello que Dios le puso delante de sí misma.
Alfombrar la casa de la Virgen con el “jazmín” es pedirle a María que nunca deje de mirarnos. Es rogarle que interceda ante el Padre para que nunca perdamos el perfume de los amigos de Jesús: solidaridad y servicio, perdón y comprensión, afabilidad y alegría.
Pidamos a Santa María, en este mes de mayo, que cuide de nuestros ojos para que sepamos ver con claridad aquello que conviene para ser unos buenos hijos de Dios y convertirnos en unos eternos altavoces que suenen en el mundo como aleluyas de la Pascua del Resucitado. Que hoy, el Espíritu Santo, nos fortalezca con el DON DE CONSEJO para clarificar tanto túnel oscuro y sin final en las vidas de muchas personas.
“Cuando el carro se haya roto
muchos os dirán
por dónde no se debía pasar”
J.Leoz
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