El 15 de febrero de 1944 la abadía de Montecassino, construida mil cuatrocientos años antes y destruida ya siglos atrás por longobardos y sarracenos, quedó deshecha en media hora. Algún tiempo después, el general americano Clark dijo que había sido un "error militar". Olvidaba que Montecasino era la más auténtica expresión del genio del "último de los romanos", Benito de Nursia, inventor y constructor de un tipo de civilización que había de ser la del Occidente europeo.
Él había preparado a los monjes que en Francia, Alemania, Inglaterra, Escandinavia y Hungría habrían de fundar, sobre las ruinas del Imperio Romano, al lado de nuevas abadías, centenares de nuevas ciudades. Se veían por primera vez monjes empeñados en roturar, sanear terrenos, administrar el campo; hombres "lentos pero seguros", sobre cuya modernidad está de acuerdo el juicio de los historiadores. Por otro lado, casi toda la cultura estuvo en sus manos: escuelas, bibliotecas, estudios de medicina y artes... De los claustros benedictinos salieron veintidós papas y millares de obispos... Se comprende bien que la Iglesia, por medio de Pío XII, decidiera proclamar a San Benito "Patrono de Europa".
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