30 nov 2013

Reflexión Primer Domingo de Adviento

 
(Comienza un nuevo año para la Iglesia)
 
Así termina la primera lectura que acabamos de escuchar (tomada del profeta Isaías): “De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra”. Si lo traducimos al día de hoy, se diría: De los cañones, las metralletas y las bombas se construirán objetos para la paz y el bienestar; no se enfrentarán los pueblos en guerras destructoras (llámese Siria, Egipto, Afganistán, o cualquiera de los países africanos en lucha).
 
Eso decía el profeta, más de 700 años antes del nacimiento de Cristo. Han trascurrido  más de 2700 años, y seguimos esperando que eso se cumpla. Hoy, al comienzo del Adviento, se vuelve a escuchar ese mensaje de esperanza en un nuevo mundo de paz, de convivencia universal y de mutuo entendimiento en toda la humanidad.  Con el nuevo Adviento, empezamos a recordar y a esperar la venida del “Príncipe de la Paz”, la llegada al mundo de Jesús, el Salvador. Y dentro de cuatro semanas celebraremos la fiesta de Navidad.
 
Pero ¿qué podemos celebrar? En el mundo sigue habiendo, hambre, destrucción, guerras, odios, insolidaridad, venganzas.
 
La venida de Jesús, significaba la llegada de los tiempos nuevos. Pero para una gran parte, la humanidad sigue huyendo de la paz y las gentes siguen haciéndose desgraciados unos a otros.
 
No hay mucho que celebrar, ciertamente, a no ser la “esperanza”. La esperanza fundada en que Cristo ha marcado un camino para que el mundo cambie. Y ese camino, siempre colmado de obstáculos, sólo se puede recorrer con éxito, si vamos sembrando amor, comprensión, amabilidad; todo lo que puede hacer un poco más felices a la gente.
 
Ese es el reto que tenemos al comenzar el Adviento; y si no tratamos de vivir ese Adviento durante toda nuestra vida (no sólo las cuatro semanas litúrgicas), no podremos celebrar la Navidad, no sólo la del 25 de diciembre, sino aquella en que Jesús nace en nosotros todos los días.
 
Un poco más de mejor oración (Dios se lo merece), y un poco más de solidaridad (nuestros hermanos, también se lo merecen), darán más sentido a estas cuatro semanas que la liturgia de la Iglesia nos proporciona como nueva gracia del Señor.
 
No nos contentemos con rezar: “Danos, hoy, nuestro pan de cada día”. Repartamos parte del que tenemos, porque hay quien lo necesita, y nos lo está pidiendo desde el silencio de su pobreza. Y no sólo podremos celebrar la Navidad, sino que “haremos Navidad”.

Félix González
 

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