Podemos decir que “El despertar religioso es la primera experiencia de apertura a la trascendencia. Es la relación inicial con Dios y su mundo que el niño desarrolla en la primera etapa de su vida al descubrirse a sí mismo, a quienes le aman y al mundo que le rodea. El despertar religioso pretende dar a luz, desentrañar en el niño la disposición natural de abrirse a la trascendencia y establecer relación con Dios”.
Este amanecer religioso del niño se sustenta básicamente en el compartir con sus padres una experiencia de la vida que se fundamenta en Dios y se apoya en Él con confianza.
El problema está en que, una gran mayoría de padres no tienen fe, tienen una fe dormida, y si ellos la tienen dormida ¿cómo la van a despertar en sus hijos? Si el despertador está apagado, parado, o estropeado ¿cómo va a despertar?
Una de las cosas de que se suelen doler los catequistas de infancia (de la iniciación cristiana) es que los niños llegan a la catequesis sin haber tenido esa trasmisión de la fe, que depende fundamentalmente de los padres en los primeros años. Niños de ocho años, que no saben santiguarse, ni saben la más elemental oración (por ejemplo el Padrenuestro).
Cuando un niño nace, no nace cristiano ni pagano; nace “en blanco”, como una cuartilla en la que todavía no se ha escrito nada. Y es a partir de entonces cuando se irán grabando los caracteres que otros vayan escribiendo, con su conducta, sus enseñanzas, sus orientaciones, sus juicios y sentimientos. De ahí la importancia de esos primeros años en la trasmisión de la fe.
Los salmos están llenos de referencias a la Naturaleza: El cielo, la tierra, las estrellas, el mar, los peces, los animales, las flores… son trampolines maravillosos para zambullirse en las profundidades de la sorpresa, de la admiración y prorrumpir en la alabanza a Dios. El asombro es puerta principal de entrada de Dios en nuestra vida.
Es importante mirar y admirar con los niños la creación: la belleza de lo grande y de lo pequeño, la originalidad y variedad de seres: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos…”. Hemos de utilizar los sentidos al acercarnos a la Naturaleza: tocar, palpar, oler, gustar la realidad y las realidades contribuyen a crear una simpatía de toda la persona con la creación y con el Creador. A la contemplación y admiración de lo creado ha de acompañar la expresión explícita de admiración y gratitud al Creador.
Al mismo tiempo que el niño crece en conocimientos, en experiencias, en descubrimiento de sí mismo, de las personas y de su entorno, debe ir creciendo en “religiosidad”, es decir en su relación con Dios y su obra. Más adelante, la catequesis propiamente dicha le irá relacionando con la persona de Cristo, con la Iglesia, con los sacramentos, con el seguimiento de Jesús.
Félix González
Fuente: http://blogs.21rs.es
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