Un día el sabio Uddalaka le ordenó a su hijo:
«Pon toda esta sal en agua y vuelve a verme por la mañana».
El muchacho hizo lo que se le había ordenado, y
al día siguiente le dijo su padre:
- «Por favor, tráeme la sal que ayer pusiste en
el agua».
- «No la encuentro», dijo el muchacho. «Se ha
disuelto».
- «Prueba el agua de esta parte del plato», le
dijo Uddalaka. «¿A qué sabe?». «A sal».
- «Sorbe ahora de la parte del centro. ¿A qué
sabe?» «A sal».
- «Ahora prueba del otro lado del plato. ¿A qué
sabe?» «A sal».
- «Arroja al suelo el contenido del plato»,
dijo el padre.
Así lo hizo el muchacho, y observó que, una vez
evaporada el agua, reaparecía la sal. Entonces le dijo Uddalaka:
«Tú no puedes
ver a Dios aquí,
hijo mío, pero de hecho está aquí».
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