29 ago 2012

Siete hábitos diarios para las personas que deseen ser Santas


El primer hábito es el ofrecimiento 
del día por la mañana 

Cuando te arrodillas y, utilizando tus propias palabras o una fórmula, ofreces todo tu día a la gloria de Dios. Lo que no es simple es lo que sucederá antes del ofrecimiento. Véncete cada día desde el primer momento, levantándote en punto, a la hora fija, sin conceder ni un minuto a la pereza. 

Si con la ayuda de Dios te vences, tendrás mucho adelantado para el resto de la jornada. 



El segundo hábito es por lo menos 
quince minutos de oración en silencio

¿Quién no desea pasar más tiempo con tan excelente compañía? La oración es una conversación uno a uno, directa con Jesucristo, preferentemente frente al Santísimo Sacramento en el Sagrario. Ésta es tu hora de la verdad o tu momento superior. 

Si lo deseas puedes abrirte y hablar acerca de lo que está en tu mente y en tu corazón. Al mismo tiempo adquirirás el hábito de escuchar cuidadosamente y meditar como otra María (Lc. 10.38-42) para ver qué es lo que Jesús te está pidiendo y qué te quiere dar. 

Es aquí que nosotros comprendemos su dicho:

 "Sin Mí, nada pueden hacer". 


El tercer hábito son quince minutos
 de lectura espiritual 

Consistirá en unos pocos minutos de sistemática lectura del Nuevo Testamento, para identificarnos con la Palabra y acciones de nuestro Salvador. 

El resto del tiempo en un libro clásico de espiritualidad católica recomendado por tu director espiritual. 

En cierto sentido, es el más práctico de nuestros hábitos porque a través de los años leeremos varias veces la vida de Cristo y adquiriremos la sabiduría de los santos y de la Iglesia junto con la lectura de docenas de libros, los cuales enriquecerán nuestro intelecto. También podremos poner las ideas allí expresadas en acción. 


El cuarto hábito es participar 
en la Santa Misa 
y recibir la Santa Comunión 
en estado de gracia

Éste es el hábito más importante de todos los siete. Ella debe estar muy en el centro de nuestra vida interior y consecuentemente de nuestro día. 

Éste es el acto más íntimo, posible del hombre. Encontramos a Cristo vivo, participamos en la renovación de Su sacrificio por nosotros y nos unimos a su cuerpo y alma resucitado. 

Como el papa Juan Pablo II dijo en su Exhortación Apostólica Ecclesia in America:

"La Eucaristía es el centro viviente 
y eterno centro alrededor del cual la comunidad entera de la Iglesia se congrega".


El quinto hábito es rezar 
cada día al mediodía 
el Angelus o Regina Coeli 

Invocando a Nuestra Santísima Madre de acuerdo al tiempo litúrgico. Ésta es una costumbre católica que se remonta a muchos siglos. 

Éste es un hermoso modo de honrar a Nuestra Señora por un momento. Como niños recordamos a Nuestra Madre durante el día y meditamos sobre la Encarnación y Resurrección de Nuestro Señor, el cual da sentido a toda nuestra existencia. 



El sexto hábito también 
es Mariano. El rezo del 
Santo Rosario cada día.

La meditación de los misterios, los cuales versan sobre la vida de Nuestro Señor y Nuestra Señora. Es un hábito que, una vez adquirido es difícil abandonar.

Junto con la repetición de las palabras de amor a María y el ofrecimiento de cada decena por nuestras intenciones, nosotros tomamos un atajo hacia Jesús el cual pasa a través del corazón de María. Él no puede rechazar nada de Ella. 


El séptimo hábito es un breve examen
de conciencia por la noche 
antes de ir a la cama

Te sientas, pides luces al Espíritu Santo y por varios minutos revisas tu día en presencia de Dios preguntándote si te has comportado como un hijo de Dios en el hogar, en el trabajo, con tus amigos.

También puedes hacer una rápida mirada para ver si has sido fiel en los hábitos diarios que hemos discutidos en este artículo. 

Luego haces un acto de gratitud por todo lo bueno que has hecho y recibido, y un acto de contricción por aquellos aspectos en los que voluntariamente has fallado. 

Si una persona honestamente mirase su día, no importa cuán ocupado esté, puede frecuentemente encontrar que usualmente mal gasta un poco de tiempo cada día.  

Sé honesto contigo y con Dios. Estos hábitos, vividos bien, nos capacitan para obedecer la segunda parte del gran mandamiento amar a los otros como a nosotros mismos. 

Estamos en la tierra como estuvo el Señor "para servir y no para ser servido". Esto sólo puede ser alcanzado junto a nuestra gradual transformación en otro Cristo a través de la oración y los sacramentos. Viviendo estos siete hábitos llegaremos a ser personas santas y apostólicas, gracias a Dios. Ten por seguro que, cuando caigamos en algo grande o pequeño, siempre tendremos un Padre que nos ama y espera en el Sacramento de la Penitencia y la devota ayuda de nuestros sacerdotes para que volvamos a nuestro curso correcto.

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