El primer hábito es
el ofrecimiento
del día por la mañana
Cuando te arrodillas y, utilizando
tus propias palabras o una fórmula, ofreces todo tu día a la gloria de Dios.
Lo que no es simple es lo que sucederá antes del ofrecimiento. Véncete
cada día desde el primer momento, levantándote en punto, a la hora fija, sin
conceder ni un minuto a la pereza.
Si con la ayuda de Dios
te vences, tendrás mucho adelantado para el resto de la jornada.
El segundo hábito es por lo menos
quince minutos de oración
en silencio.
¿Quién no desea pasar más tiempo con tan excelente
compañía? La oración es una conversación uno a uno, directa con Jesucristo,
preferentemente frente al Santísimo Sacramento en el Sagrario. Ésta es tu
hora de la verdad o tu momento superior.
Si lo deseas puedes abrirte y hablar
acerca de lo que está en tu mente y en tu corazón. Al mismo tiempo adquirirás
el hábito de escuchar cuidadosamente y meditar como otra María (Lc. 10.38-42)
para ver qué es lo que Jesús te está pidiendo y qué te quiere dar.
Es aquí
que nosotros comprendemos su dicho:
"Sin Mí, nada pueden hacer".
El tercer hábito son quince minutos
de lectura espiritual
Consistirá en unos pocos minutos de sistemática lectura del Nuevo Testamento,
para identificarnos con la Palabra y acciones de nuestro Salvador.
El resto
del tiempo en un libro clásico de espiritualidad católica recomendado por
tu director espiritual.
En cierto sentido, es el más práctico de nuestros
hábitos porque a través de los años leeremos varias veces la vida de Cristo
y adquiriremos la sabiduría de los santos y de la Iglesia junto con la lectura
de docenas de libros, los cuales enriquecerán nuestro intelecto. También podremos
poner las ideas allí expresadas en acción.
El cuarto hábito es participar
en la Santa Misa
y recibir la Santa Comunión
en estado de gracia.
Éste es el hábito más importante de todos los siete. Ella debe estar muy en el centro de nuestra vida interior
y consecuentemente de nuestro día.
Éste es el acto más íntimo, posible del
hombre. Encontramos a Cristo vivo, participamos en la renovación de Su sacrificio
por nosotros y nos unimos a su cuerpo y alma resucitado.
Como el papa Juan
Pablo II dijo en su Exhortación Apostólica Ecclesia in America:
"La Eucaristía
es el centro viviente
y eterno centro alrededor del cual la comunidad entera
de la Iglesia se congrega".
El quinto hábito es rezar
cada día al mediodía
el Angelus o Regina Coeli
Invocando a Nuestra Santísima Madre de acuerdo al tiempo litúrgico. Ésta
es una costumbre católica que se remonta a muchos siglos.
Éste es un hermoso
modo de honrar a Nuestra Señora por un momento. Como niños recordamos a Nuestra
Madre durante el día y meditamos sobre la Encarnación y Resurrección de Nuestro
Señor, el cual da sentido a toda nuestra existencia.
El sexto hábito también
es Mariano. El rezo del
Santo Rosario cada
día.
La meditación de los misterios, los cuales versan sobre la vida
de Nuestro Señor y Nuestra Señora. Es un hábito que, una vez adquirido es
difícil abandonar.
Junto con la repetición de las palabras de amor a María
y el ofrecimiento de cada decena por nuestras intenciones, nosotros tomamos
un atajo hacia Jesús el cual pasa a través del corazón de María. Él no puede
rechazar nada de Ella.
El séptimo hábito es un breve examen
de conciencia por la noche
antes
de ir a la cama.
Te sientas, pides luces al Espíritu Santo y por varios
minutos revisas tu día en presencia de Dios preguntándote si te has comportado
como un hijo de Dios en el hogar, en el trabajo, con tus amigos.
También puedes hacer una rápida mirada para ver si has sido fiel en los hábitos
diarios que hemos discutidos en este artículo.
Luego haces un acto de gratitud
por todo lo bueno que has hecho y recibido, y un acto de contricción por aquellos
aspectos en los que voluntariamente has fallado.
Si una persona honestamente mirase su día, no importa cuán ocupado esté, puede frecuentemente encontrar que usualmente
mal gasta un poco de tiempo cada día.
Sé honesto contigo y con Dios. Estos hábitos, vividos bien, nos capacitan
para obedecer la segunda parte del gran mandamiento amar a los otros como
a nosotros mismos.
Estamos en la tierra como estuvo el Señor "para servir
y no para ser servido". Esto sólo puede ser alcanzado junto a nuestra
gradual transformación en otro Cristo a través de la oración y los sacramentos.
Viviendo estos siete hábitos llegaremos a ser personas santas y apostólicas,
gracias a Dios. Ten por seguro que, cuando caigamos en algo grande o pequeño,
siempre tendremos un Padre que nos ama y espera en el Sacramento de la Penitencia
y la devota ayuda de nuestros sacerdotes para que volvamos a nuestro
curso correcto.
Fuente: www.iglesia.org
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