“Señor Dios, haz que te ame con hondura y
estreche tu mano con todas las fuerzas de mi corazón, y así me vea libre hasta
el fin de todas las tentaciones”.
“Date
a mí, Señor, devuélvete a mí, porque te amo. Y si mi amor es poco, haz que te
ame más. No puedo medir mi amor para saber cuánto le falta para que sea
suficiente y mi vida corra hacia tu abrazo y no se aparte de ti, sino que se
hunda en tu rostro. Sólo una cosa sé, y es que sin ti soy desgraciado, y en mí
y fuera de mí no tengo sino malestar; pues toda abundancia de lo que no es mi
Dios no es abundancia sino miseria”.
“Señor
y Dios mío, pon en mí tus ojos, óyeme, compadéceme y sáname. Porque ante tus
ojos me he convertido en un problema, con tanta miseria”.
“Dios
mío, lo que puedo hacer es manifestarte mi amor y confesarte mis muchas
miserias y tus grandes misericordias para conmigo, para que termines la obra de
mi liberación, puesto que ya la has comenzado, y deje yo de ser miserable en mí
y empiece a ser feliz en ti”.
“A
la luz de la verdad que eres tú, Dios mío, veo claro que las alabanzas no deben
moverme por mí sino sólo por el provecho del prójimo. Y no sé si es así. Yo me
conozco mal, tú me conoces bien. Entonces, Señor, te suplico que tú mismo me
hagas ver lo que debo confesar sobre lo que en mí encuentro de llagado a los
buenos hermanos que van a rogarte por mí. Debo interrogarme con mayor
diligencia”.
“Señor,
somos tu pequeña grey, poséenos. Extiende sobre nosotros tus alas para que nos
salvemos a su cobijo”.
“Señor
y Dios mío, escucha mi oración y que tu misericordia atienda a mi deseo, que no
arde solamente por mí sino también, con fraterna caridad, por el bien de mis
hermanos. Tú penetras en mi corazón y sabes que es así”.
“Te
suplico, Señor, que estas cosas que tan claras veo ahora en tu presencia, me
sean aún más claras, y que en esta persuasión permanezca yo sabiamente al
amparo de tus alas”.
“Sé
Tú, Señor, el árbitro entre mis confesiones y sus contradicciones”.
“Quiero
invocarte, Señor, misericordia mía, que me creaste y no olvidaste al que se
olvidó de ti. Ven a mi alma, que tú preparas para recibirte con el deseo que le
inspiras”.
“Tú,
Señor, iluminarás nuestra noche; Tú nos vestirás de tu luz, y nuestras
tinieblas serán más claras que el mediodía”.
“Mi alma, Señor Dios, es en tu presencia como una tierra sin agua que ni puede
iluminarse por sí ni tampoco saciarse de sí. Tú eres la fuente de la vida, y en
tu luz veremos tu luz”.
“Tú, Señor, das la vida a quien desea
recibirla y bendices los años del justo. Mas Tú eres siempre el mismo; y en tus
años, que no acaban, preparas un amanecer para nuestros años transitorios”.
“A
ti solo, Señor Dios, se te ha de pedir, en Ti se ha de buscar, a tu puerta se
ha de llamar; de este modo y sólo así, recibiremos lo pedido, lo encontraremos,
y se nos abrirá tu puerta”.
Las Confesiones
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