Con Santiago y, como
Santiago, quiero ser también testigo de tu presencia, Señor; escuchar tu
Palabra, oír tu voz y saber que tu muerte y resurrección es garantía de mi afán
evangelizador.
Con
Santiago, quisiera sentir tu presencia en el Monte Tabor de cada Eucaristía, en
la cumbre de la oración, en la cima de la contemplación o en el bálsamo de la
caridad.
Como
Santiago, en mi hastío y cansancio, quisiera recibir el consuelo de Santa María
que, al borde del río de dificultades, sale siempre con su mano abierta y
solícita.
Como
Santiago, y por mi fe, quisiera ser fuerte en la tribulación y en la prueba, en
el testimonio y en la verdad, en la defensa y pregón del Evangelio.
Con
Santiago, en ruta de estrellas, puentes y caminos, me comprometo a ser
peregrino de la fe y de la esperanza. A no anhelar otra cosa que no sea
servirte, amarte y quererte con todo mi corazón.
Como
Santiago, sólo buscaré un cayado –el de la Palabra de Dios- donde apoyarme en
la oscuridad de la noche, en las dudas que salgan a mi encuentro, en la
debilidad que asome en el horizonte de la fe.
Con
Santiago, a un costado, sólo llevaré el zurrón del Evangelio. Que, allá por
donde yo pase, sea sembrador de tu Reino y de tu justicia, de tu paz y de tu
verdad.
Como
Santiago luciré, no el pecho y sí en las obras de cada día, la concha de mi
Bautismo. Daré razón de aquello que digo creer y esperar. Lucharé para que, el
nombre de Cristo, sea conocido, amado y nunca olvidado.
Con
Santiago, consciente de las inclemencias para las cosas de Dios, llevaré en mi
cabeza el sombrero de la confianza en la Ciudad Eterna. Sabré que, siempre,
vence el bien sobre el mal y procuraré que, en mi pensamiento, exista un lugar
–el mejor lugar- para el Señor.
Como
Santiago, y sobre el caballo blanco de la vida cristiana, intentaré difundir la
identidad cristiana allá donde me encuentre; con la espada de la lengua bien
formada, con la seguridad de que –el Señor- da la fuerza necesaria para el
testimonio con todas las consecuencias.
Con la
fuerza y el ímpetu de Santiago Apóstol, confesaré en este Año de la Fe, que Tú
eres único, eterno y salvador de la humanidad.
Padre Javier Léoz
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