Baredo
“ahí tienes a tu Madre” nos diría,
Jesús, en este atardecer del mes de Julio.
¡Cómo
no darte gracias Virgen del Carmen!
Por
darnos al Redentor del mundo, en el silencio de la noche, cuando algunos
intentan silenciar su nacimiento en la que es la noche más estrellada del año, DIOS
PEQUEÑO, ANODADADO EN BELÉN.
Tú,
Santa María Madre de Dios,
eres
el esplendor que no ensombrece la luz de Cristo.
Tú
vives por Él y para Él.
Tú
eres la transparencia y la plenitud de la gracia.
Aquí
estamos, una vez más, un nuevo año, todos
tus hijos e hijas para consagrarnos a Ti.
Son
muchos los nubarrones que vuelan amenazantes en el cielo de estos días: terrorismo,
incredulidad, olvido de Dios, injusticias, desamor, desencuentros, la familia,
almas
que perdieron vigor, cristianos que viven como si no lo fueran…
Haz,
Virgen del Carmen, que no se disipen las semillas que abundamente caen desde
Dios en el interior de cada uno de nuestros corazones:
-Que
los padres sean responsables en el crecimiento de la fe de sus hijos.
-Que
el hombre y la mujer formen una auténtica familia.
-Que
los niños encuentren el mejor catecismo en sus padres.
-Que
los sacerdotes no nos cansemos nunca de ir contracorriente en aquello que, más
allá de la ley, sabemos que es injusto y ataca la dignidad humana y la esencia
de las cosas.
En
este día, santo y dichoso, queremos confiarte el futuro inmediato de nuestro
pueblo.
-Acompaña
en su camino a sus gobernantes, mujeres, niños, jóvenes, educadores, sacerdotes,
obreros, empresarios y hombres del campo.
-Guía
a este pueblo que, aún en medio del bienestar, conoce contradicciones,
debilidades, dudas, imperfecciones y soledades.
Por
ello, en este día –con la emoción contenida de tus hijos- respondemos a la
indicación de Jesús: MADRE, AQUÍ NOS
TIENES A TUS HIJOS.
Tú
que vives cerca del Sagrario háblale de nosotros;
de
los niños que no han visto la luz,
de
los jóvenes enganchados a la droga
que
necesitan tu apoyo para salir de ella,
de
los enfermos castigados por la enfermedad y humillados por la soledad,
de
los matrimonios que viven felizmente
y
de aquellos que se encuentran en horas de prueba,
de
los consagrados, de los sacerdotes y de aquellos jóvenes que serían muy felices
siendo sacerdotes aunque solo fuera para dar una palabra de esperanza a este
mundo vacío de tantas cosas.
Santa
María, Madre de Dios y Virgen del Carmen
déjame,
fundir los sentimientos de todos los presentes y ausentes,
de
tus hijos vivos y de tus hijos muertos.
Déjame
fundir todos esos sentimientos en una gran corona invisible
para
coronarte de nuevo y decirte que nosotros
seamos
tu gloria y tu honra.
Que
seas la luz, hoy y siempre, en este pueblo
que
con los labios te reza,
con
el corazón te ama
y
con las manos te eleva
como
el orgullo y el mejor tesoro de nuestra tierra.
Amén.
Padre Javier Léoz