Comenzamos el adviento. Una herramienta espiritual que nos arregla, nos hace más permeables para celebrar de verdad y en profundidad la próxima Navidad.
-¿Deseamos salvación?
-¿La necesitamos?
-¿Siente el super-hombre actual, necesidad de ser salvado por alguien?
Miremos un poco alrededor de nosotros. Reflexionemos sobre el momento presente. ¿Acaso –en muchas situaciones que contemplamos y sabemos por los medios de comunicación social- o que vivimos en propia carne, no son reflejo de esa angustia, falta de aliento o de miedo por lo que se nos avecina? ¿Hay algo tan peligroso como el vacío del hombre que vaga sin sentido?
Nos hallamos en un momento incierto (no es necesario enumerar de nuevo los acontecimientos que nos preocupan) pero, el mundo, nosotros… necesitamos una palabra de esperanza. De Alguien que pueda levantarnos, sacudir nuestros miedos, ponernos de pie. Ese, sin duda alguna, es JESÚS.
Los cristianos tenemos que estar atentos a la llegada del Señor. No podemos permitir que, Jesús, pase de largo. No podemos consentir que, el Señor, cuando nazca, nos encuentre tan desalentados por los acontecimientos que nos acosan. La Navidad, si colocamos en el centro a Cristo, nos traerá un horizonte de paz y de optimismo, de salvación y de esperanza.
¿Nos ponemos de pie? ¿Nos ponemos de pie para ver por dónde llega Jesús? ¿Queréis que nos pongamos de pie para percibir por dónde nunca vendrá el Señor?
¡Adviento!
Necesitamos alejarnos un poco, de aquello que fascina nuestros sentidos pero que crea ansiedad en el corazón. No hay peor cosa que relajar de tal manera nuestra vida cristiana que (volviendo a lo de antes) pase el Señor, nazca el Señor y nos encuentre tan embobados por las apariencias o atenazados por tantos problemas… que no disfrutemos de su llegada.
¡Adviento!
No tenemos miedo a que el sol se venga sobre nuestras cabezas. No nos infunde temor, que la luna se resquebraje en dos. No temblamos por el hecho de que, las estrellas, olviden un día su fulgor….
Nuestras desconfianzas son distintas pero iguales en el fondo: la economía, el paro, la inseguridad ciudadana, la moral a la carta, el terrorismo, la frágil situación del mundo, la apatía o crítica ante lo religioso, los conflictos sociales. ¿Acaso, todo esto, no necesita de una mano que nos ayude a reconducirlo? Jesús, nos da fuerzas para afrontar todos estos retos. Viene, debajo de su brazo, con el pan de la alegría, del amor, de la serenidad, de la fe. Nos invita a verle compartiendo nuestras luchas y dudas, incertidumbres y fracasos, desasosiegos y tristezas.
No podemos vivir colapsados por las situaciones que nos toca vivir. No podemos cohibirnos por las dificultades o por los vicios a los que estamos enganchados. El Señor, en este primer domingo de adviento, nos invita a ponernos en pie. En marcha. En vigilancia activa.
¡Viene el Señor!
Y, si el Señor llega, es porque quiere compartir nuestra condición. Porque desea poner una luz en el fondo del túnel oscuro en el que se encuentra perdida gran parte de la humanidad.
¡Viene el Señor!
Y, si el Señor se presenta, es porque nos ve agobiados. A veces sin esperanza. Otras tantas… sin ilusión.
¡Viene el Señor!
Y, si el Señor se manifiesta, que por lo menos nos encuentre divisando (con la oración, la contemplación y la fe) el horizonte por donde Él sale a nuestro encuentro.
Frente al caos no caben los lamentos. Ante la dura realidad, Jesús es nuestra respuesta y nuestra esperanza.
En este Año Santo de la Fe mirando hacia Aquel que viene le decimos:
Señor;
merece la pena permanecer en pie por Ti, en Ti y contigo.
Haz que, cuando llegues, me encuentre –no solamente despierto-
sino contento de creer en Ti,
esperarte a Ti y renacer en Ti.