Un rey
poseía un diamante muy valioso, uno de los más raros y
perfectos del mundo. Un día el diamante cayó desde
una gran altura y la superficie se rayó en una de sus caras.
Finalmente, apareció
un orfebre, no tan famoso, que afirmó que podría
reparar el diamante sin problemas:
- Observé
mucho al mayor orfebre de todos y, con él, aprendí
mucho. Puedo garantizarle que sabré reparar el diamante sin
reducir su valor.
Su
confianza era tanta que, convencido, el rey entregó
el diamante al hombre.
Después de algunos días, el orfebre volvió con el diamante y se lo mostró al Rey. Éste quedó gratamente sorprendido al descubrir que el arañazo tan feo había desaparecido y en su lugar, había sido tallada una bella rosa.
¡El arañazo
anterior se había
vuelto el tallo de una bella flor!
El rey, entusiasmado, dijo al orfebre:
-
¡Qué
bello trabajo, qué
óptima
idea! Dígame,
¿quién
es ese gran orfebre que es su maestro?
Y el orfebre respondió:
- Dios, el orfebre de la vida.
Dios
está
siempre con nosotros, si se lo permitimos, transformando nuestros arañazos
en algo bello.
Fuente: http://webcatolicodejavier.org/orfebre.html
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