El punto "Este" de María, fue Dios. Supo mirar hacia el horizonte y, observar un día, y otro también, por la ventana, aguardando el Sol de justicia que era Jesús. Nada se interpuso a esa contemplación militante: Dios llegó, y María estaba, como una brújula, señalando su llegada.
El punto "Oeste" de María, fue su fidelidad y su entrega. Intuyó que, la ausencia de Dios y del mismo Jesús, era una llamada a hacer efectiva su madurez y su ser Madre. Cesaban las horas de Jesús en la tierra y, comenzaba el "Oeste" del discipulado. El momento de dar la cara por Cristo cuando, a simple vista, desaparecía para entrar en el cielo. Jesús, se marchaba a los cielos, y María como brújula, seguía apuntando a su compromiso con los apóstoles.
El secreto de María fue que, en el punto "Sur" de su alma, habitaba una amistad -íntima y sincera- con el Creador. Ahí, en el fondo de su ser, en lo más adentro de la región de sus entrañas, reservaba una habitación siempre limpia y en condiciones para que Dios estuviese lo más cómodamente sentado y en permanente coloquio con Ella. María, como una brújula, ponía su dedo en la dirección que nunca hemos de olvidar los demás: la vida interior.
El "Norte" de María, fue Dios, Jesús y el Espíritu. En las Tres Personas, María, encontró el equilibrio necesario para ser feliz y colaborar para que se cumpliera el plan de salvación. Su sentido común, le hizo comprender y entender que, Dios, juega siempre limpio y que, el hombre, a veces, puede perder la cabeza por llenarla de lo innecesario y vaciarla de lo trascendente. Su pensamiento, siempre despuntó hacia la voluntad de Dios.
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