HÁGAMOS, MEMORIA, Y DE LA BUENA
1. En la festividad de Todos los Difuntos- el corazón se abre, como si de una agenda se tratara, para recordar y no olvidar, a todos aquellos que han conformado nuestras familias. Aquellos que dejaron una marca indeleble en nuestra historia personal y cristiana.
Su presencia fue motivo de gozo y de alegría para todos nosotros. Muchos de ellos, sobre todos los padres, nos enseñaron a caminar, a ser personas con verdad y a mirar al cielo agradeciendo a Dios la vida y la misma fe.
En este dos de noviembre, echamos un vistazo a muchos rincones de nuestras casas y observamos que hay muchas presencias que nos siguen hablando de los que han partido. Vacíos que ya nadie podrá ocupar. Palabras que, al ser pronunciadas, nos llevan a respetar la memoria de aquellos que las pronunciaron con el único interés de ayudar y de animarnos a vivir.
En la fiesta de Todos los Fieles Difuntos, conmemoramos sobre todo, la fidelidad de nuestros seres queridos.
- Fueron fieles a Dios. No se conformaron con ser bautizados. Escucharon sus Palabra. La meditaron y, con apuros o con contradicciones, la intentaron llevar a feliz término. A su propia vida. Luego, la debilidad y el maligno, al inmiscuirse, entorpecieron en algunos instantes, ese deseo de ser amigos de Dios hasta el final. Pero en eso estuvieron: ¡quisieron ser fieles!
- Fueron entusiastas del Señor. Creyeron a pies juntillas que, su Resurrección, era la gran noticia después de la muerte. Y que, por lo tanto, merecía la pena vivir con la veleta apuntando hacia el cielo y con las manos trabajando santamente por las cosas y por las personas que el día ponía a su encuentro.
- Fueron “fieles”. Con sus más y con sus menos. No se agarraron ni a la vanidad ni levantaron la pancarta de “¡somos los mejores!” Con ser fieles, en lo poco y a veces en lo mucho, pasaron por la tierra dejando detrás de sí, un camino por el que, sus familiares, hijos, amigos y conocidos, seguimos avanzando y recordándolos ante Dios.
- Fueron creyentes. Y, sus convicciones, -al contrario de muchos de nosotros- las transmitían con total naturalidad y, sobre todo, con obligación moral. Para los suyos querían lo mejor. ¿Y qué era lo supremo para ellos? ¡Dios! ¡Siempre Dios! ¿Qué mejor regalo a descubrir en la eternidad que la felicidad y el encanto de ver, disfrutar y estar junto a Dios? En ello estuvieron: ¡quisieron ser fieles!
2. Por ello mismo, porque no los queremos en la antesala del cielo sino, un día, gozando cara a cara de la presencia de Dios, rezamos por ellos. En estas horas del dos de noviembre, parece que su silencio habla o que su ausencia nos indica algo: ¡nos volveremos a ver!
Es el acto de fe que, en este día de esperanza y de oración, hacemos en nombre de aquellos que, un buen día, lo hicieron por otros.
No escuchamos sus voces;
pero se mantiene su eco.
No vemos sus rostros;
pero en el corazón siguen viviendo.
No están sentados en nuestra mesa;
pero siempre hay un sitio para ellos.
No comparten físicamente nuestras fiestas;
pero se unen espiritualmente a nosotros.
No disfrutan de lo que hoy saboreamos;
pero nos preparan una fiesta en el cielo.
No nos pueden alertar de mil peligros;
pero ante Dios imploran su intervención.
¡Sí, amigos! El día de Todos los Difuntos, es ese mosaico integrado por todos los hombres y mujeres, de todos los tiempos, de toda la Iglesia , que han intentado ser FIELES al Señor.
Que nuestra oración complete lo que falta a lo que ellos, por diversas causas, no llegaron a conseguir.
Que nuestro recuerdo, nuestras flores y hasta nuestras lágrimas, sean expresión de un agradecimiento por tanto y bueno que nos legaron mientras tuvimos la oportunidad de tenerlos entre nosotros.
¿Qué les decimos y qué les damos a cambio?
Les digamos: ¡descansad en paz!
Y les ofrezcamos la riqueza de nuestra oración y nuestra certeza de la esperanza en la resurrección conquistada por Cristo.
Hoy, no puede ser de otra manera, nuestra memoria nos hace estrechar nuestros lazos con aquellos que nos ha precedido en el camino de la vida. Visitar el camposanto, regar con nuestra oración el lugar donde descansan y elevar nuestros ojos al cielo nos hará recordar aquello que dijo Jesús:
“todo aquel que me da el Padre
viene hacía mí.”
(Jn 6:37)
Que descansen en paz. Una paz que, tal vez el mundo, no les pudo dar en la medida que quisieron y merecieron.
HUBIERA QUERIDO
Hablar más menudo contigo,
pero siempre tenía excusas y obstáculos.
Permanecer a tu lado cuando me necesitabas,
pero fui cántaro de casa ajena.
Escucharte cuando tenías mil quejas que darme,
pero te contesté que como tú
había muchos en el mundo.
Ayudarte cuando te vi débil o torpe en tu caminar,
pero yo iba demasiado deprisa para detenerme.
Abrazarte para que sintieras el calor del amor
pero andaba demasiado entretenido
con mis propios amores.
Enseñarte lo que nunca viste
pero comprendí que perdía mucho tiempo
para mi propio ego.
Calmarte cuando te encontrabas disgustado
pero, en más de una ocasión,
pensé que era todo cuento.
HUBIERA QUERIDO
Y AHORA ME ARREPIENTO
Tengo mil palabras y ya no sé como decírtelo.
Añoro tu presencia,
y tu ausencia interpela a mi conciencia.
Al regresar a casa,
veo el gran tesoro que he perdido.
Mis manos jóvenes,
ahora se brindan para lo que ya no es necesario.
Mi abrazo ha quedado huérfano,
sin respuesta, por no haberlo dado a tiempo.
¡Qué verdad es!:
Los grandes amores son aquellos
que conmigo convivieron.
HUBIERA QUERIDO…
¡TANTAS COSAS HUBIERA QUERIDO!
Déjame por lo menos;
padre, madre, hermano, amigo, vecino,
maestro, sacerdote,…….deciros que, agradecido os pido perdón
por lo que no pude o no supe hacer,
cuando estaba a tiempo.
Amén.
El P. Javier Leoz es un sacerdote de Pamplona que con su afán apostólico produce mucho material del bueno para extender el Reino de Dios. Su meditación-como la presente- es muy hermosa y nos remueve para que estemos preparados y vivamos aquí en la tierra queriéndonos mucho. Si aquí nos queremos, tendremos el consuelo de que se acordarán de nosotros. Pero si aquí nos llevamos a palos, ¿Quién se acordará de nosotros? Y a las Almas de Purgatorio-que donde están no pueden merecer-, solo nosotros con la ayuda de los méritos del Señor y de la Virgen Santísima -y los méritos nuestros unidos a los suyos-, podremos aliviar la purificación de los difuntos. Me dan pena las personas que enseguida olvidan a sus muertos. Vosotros y yo vamos a encomendarlas en estos días de una manera especial.
ResponderEliminarPor supuesto que lo acompañaremos orando por las Almas del Purgatorio porque entre ellas seguro se encuentran personas queridas nuestras, amigos, familiares, conocidos y otras que por desgracia ya no tienen quiénes se acuerden de ellas de forma particular. Cada día es mayor el empuje que sentimos por rezar por ellas. En su blog también nos ofrece mucho material bueno. Recomiendo para estos días:
ResponderEliminarhttp://santamariadebaionadiocesistuy-vigo.blogspot.com.es/2010/10/solemnidad-de-todos-los-santos.html