A un arquitecto le pidieron construir un templo cuyo titular fuese la Virgen.
El día de la inauguración los cientos de fieles que asistieron a la celebración, incluso el Obispo, se quedaron sorprendidos y, en cierto modo, decepcionados: la imagen de María no ocupaba ningún retablo. No se encontraba en el centro del altar. Mucho menos cerca del sagrario.
La estatua de la Virgen, el arquitecto, la diseñó e ideó para ponerla y colocarla sentada en el primer banco.
Ante las protestas de los asistentes, la explicación del arquitecto fue la siguiente:
“La Virgen no está para que la contemplemos y admiremos,
sino para que la imitemos.
Es la primera, el modelo y
nosotros vamos detrás, la seguimos.
Su postura ante Dios y
los hombres la debemos hacer nuestra.
Caminando tras sus huellas llegaremos hasta Jesucristo.
Ella, y por eso la he puesto en el primer banco,
es la primera oyente de la Palabra de Dios
para saber cómo tiene que responder ante El”.
¿Para qué está la Virgen?
Para llevarnos al encuentro con Jesús. Sin ese horizonte, nuestra devoción hacia Ella, puede convertirse en una contradicción. En algo sin sentido.
¿Para qué está la Virgen?
Para abrir nuestros oídos, como lo hizo Ella, a la Palabra de Dios. Mirar a la Virgen es saber que, es grande, porque cumplió la voluntad del Señor.
¿Para qué está la Virgen?
Para que tomemos ejemplo, nítido y sencillo, de una mujer que –sin grandes riquezas- tuvo el mayor tesoro en su alma: CRISTO
¿Dónde poner a la Virgen?
En el llano (sin adulterarla) y en lo alto (sin perderla). En el término medio está la virtud.
¿Dónde colocar a la Virgen?
Cerca de Dios. Ella, recoge nuestras súplicas, nuestros deseos y, como Madre, las susurra al oído del Padre. Luego, sus manos abiertas, nos harán llegar las GRACIAS que vienen del Padre.
Padre Javier Léoz
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