Hoy te llevo conmigo a presenciar un juicio para que aprecies la calidad de un juez que resuelve un caso penoso con suma habilidad, con generosidad, y es capaz de involucrar a los curiosos, para que salgan de la audiencia con una memorable lección de ética.
En un despiadado día de invierno, un anciano tembloroso fue llevado ante los tribunales. Se le acusaba de haber robado un pan. Al ser interrogado, el hombre explicó al juez que lo había hecho porque su familia estaba muriéndose de hambre.
—La ley exige que sea usted castigado —declaró el juez—. Tengo que exigirle una multa de 50 pesos. Al mismo tiempo metió la mano en su bolsillo y dijo:
—Aquí tiene usted el dinero para pagar su multa. Y además —prosiguió el juez—, impongo una multa de 10 pesos a cada uno de los presentes en esta sala, por vivir en una ciudad donde un hombre necesita robar para poder sobrevivir. Pasaron una bandeja por el público, y el pobre hombre, totalmente asombrado, abandonó la sala con 500 pesos en su bolsillo.
Este juez que impuso una multa como castigo a los presentes, por vivir en una ciudad donde un hombre necesita robar para sobrevivir, te haga reflexionar sobre el deber de solidaridad que nos toca a todos. Jesús planteó este mismo problema en la parábola del buen samaritano.
San Pedro lo recordaba a los primeros cristianos con estas palabras:
Que estos sentimientos te vuelvan activo en la caridad.
San Pedro lo recordaba a los primeros cristianos con estas palabras:
“Vivan todos unidos,
compartan las preocupaciones de los demás,
ámense como hermanos,
sean misericordiosos y humildes”.
Padre Natalio
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