15 mar 2013

Una reflexión para cada día de Cuaresma: 32º Día Sábado


¡Qué error compararse con los demás! Pedro había sido un hombre muy favorecido por la vida. Había tenido unos padres cariñosos y una niñez feliz. Su mente era despierta y siempre sacó buenas notas. Tuvo éxito en la vida y su posición social era más que desahogada. Se casó con una mujer guapa, excelente ama de casa y buena madre de familia; además adoraba a Pedro a quien consideraba el mejor hombre del mundo... En resumen: Que tuvo una existencia feliz, en una atmósfera tranquila, libre de tensiones y de frustraciones. Su vida, pues, había sido irreprochable, gozando de una merecida buena reputación.

La vida de Juan había sido otra cosa. Tuvo una juventud amarga, pues sus padres se llevaban mal, discutían constantemente y amenazaban con separarse. Fuese por sus taras emocionales, fuese porque no era demasiado inteligente, sus notas eran casi siempre malas. Obtuvo a duras penas un título universitario casi por condescendencia, y luego un modesto empleo, justo para malvivir. Sin posibilidades para ahorrar, temía siempre caer enfermo o sufrir un accidente grave. Había vivido en un barrio modestísimo, ruidoso y poco recomendable, con casas antiguas y apiñadas. Su mujer era apática y además gruñona. Tal vez por eso Juan bebía demasiado, perdía los nervios con frecuencia y decía palabras malsonantes.

Ambos eran católicos y cumplían con sus deberes religiosos. Pedro iba a Misa y comulgaba a menudo; Juan, sólo los domingos, las fiestas de guardar y algunas otras fiestas señaladas. Dios se los llevó casi al mismo tiempo, y los dos comparecieron ante Él para ser juzgados. Fueron ambos al Cielo, pero el juicio les deparó sorpresas considerables. La de Pedro consistió en que no obtuvo el puesto que se esperaba. "Sí, fuiste bueno -le dijo Dios-, pero ¿cómo no ibas a serlo? Apenas tuviste contrariedades ni problemas. Tus pasiones eran por naturaleza moderadas y no tuviste en tu vida fuertes tentaciones. Has sido un hombre virtuoso, sí, pero debías haber sido un hombre santo.

Juan, por su parte, tuvo una sorpresa todavía mayor, porque pasó por delante y quedó situado más alto. Sin duda podías haber sido mejor -le dijo el Señor- pero, al menos, luchaste. No te compadeciste en exceso de ti mismo y nunca tiraste la toalla. Teniendo en cuenta tus insuficiencias y tus circunstancias, no lo hiciste mal del todo y aprovechaste muchas de mis gracias...

Tú, ¿por quién te ves representado? El Señor nos pide que seamos santos. No te compares con el resto de la gente pues puede sucederles lo que a Juan. Jesús, que sólo me compare contigo y que te imite en todo.

Continúa hablándole a Dios con tus palabras.


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