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25 may 2012

Siete Flores con el Espíritu Santo


1. La flor de la ACOGIDA. Si María recibió por la ventana de Nazaret la visita del Ángel, también nosotros necesitamos encontrar aquella otra por la que el Señor viene  hasta nosotros. ¿Seremos capaces de cerrar aquellas lumbreras que nos deslumbran y nos alejan de Dios?


2. La flor de la OBEDIENCIA. Si María se dejó moldear por el Espíritu para llevar a cabo la voluntad del Señor, también nosotros podemos dejarnos llevar por el Espíritu Santo y colaborar para que la Obra de Jesús siga adelante: sobran ideas y hacen falta manos. 



3. La flor de PROFECÍA. Si María, llena de Dios fue al encuentro de su prima Santa Isabel, de igual forma también nuestra vida puede ofrecer un giro y ponernos en camino para dar a conocer (de palabra, obra y con todos los medios a nuestro alcance) la presencia del Espíritu Santo. 



4. La flor de la IGLESIA. Si María, nos fue dada como Madre al pie de la cruz y estuvo presente en Pentecostés en el inicio de la vida de la Iglesia, estamos llamados a edificar una comunidad eclesial teñida por el Evangelio (no por nuestras ideas), alimentada por el Espíritu Santo (no por los vientos modernos), arropada por los Sacramentos (no por la religión a la carta).


5. La flor de LOS DONES. Si María, floreció en los mejores dones para Dios, hemos de descubrir los talentos divinos y humanos que el Padre ha puesto en el cofre de nuestro corazón. Decir “yo soy como soy” y no hacer nada o seguir con lo nuestro,  es apagar la voz del Espíritu y dejarse arrastrar por la corriente del mundo.



6. La flor de la VALENTÍA. Si María, se mantuvo firme ante el rechazo a Jesús y su muerte (permaneciendo al pie de la cruz), no podemos dar la espalda al interés de la Iglesia por seguir ofreciendo y proponiendo el Evangelio como secreto para que el mundo, por el Espíritu, pueda alcanzar la paz verdadera.


7. La flor de la FE. Si María, escuchó la voz del Espíritu Santo en todo lo que sintió, vivió y esperó, rezarle y honrarle por Pentecostés nos exige fiarnos y dejarnos guiar por Él. Sólo, con, por y en el Espíritu podremos llegar a ser auténticos hijos de María: siendo personas abiertas al Espíritu Santo, sensibles a su presencia y orantes ante Él. 


 Fuente: http://www.javierleoz.org/

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