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14 abr 2012

Testimonio de los Milagros de la Misericordia de Dios

Jube nos ha enviado parte de una entrevista a una madre de dos sacerdotes, uno de ellos, desde  hace un año mora en la casa del Padre Dios. Es un testimonio bonito y consolador de un converso anónimo, pero hermano nuestro. Y esto son los milagros de la misericordia de Dios, siempre actual, en cada sacramento de la Penitencia o de la Confesión de nuestros pecados confiados en la bondad y misericordia de Dios. Y ciertamente los curas ni se dan cuenta, porque solo son  instrumentos, canales de la gracia, que es lo más valioso del ministerio en vasijas de barro, así los describe S. Pablo.

No tengamos miedo en invitar a experimentar esta misericordia divina a tantos niños, jóvenes, adultos, enfermos y sanos. Rompamos prejuicios y falta de formación doctrinal, hablemos de lo que experimentamos nosotros, pues son los testigos los que mejor convencen, porque quien mucho ama, mucho se le perdona.  
Jube

Sra. AURELIA (91 años)
: Pues sí, pues sí. Eso es verdad. La gente lo quería muchísimo. Vienen aquí a llorarme por él. Venían aquí de la Soledad y me decían : “¿Usted no llora?” Venían llorando ellos más que yo y yo tenía que consolarlas!” Lo sienten muchísimo y venían en busca de consuelo.
Un día llamó a la puerta un chico. Venía con un ramo de flores. “¿No te habrás equivocado?, le dije: ¡aquí la única joven soy yo! Una joven de noventa años. – “No busco a una joven sino a la madre de D. José Manuel Castro Quinteiro, recién fallecido”, me contestó… Y empezó a contarme una historia muy hermosa… Resulta que hacía muchos años que no se confesaba. Que un día pasó por delante de la iglesia de Fátima sin la menor intención de entrar. Pero como vio la puerta abierta entró. Vio para el altar. Echó una mirada a todo el interior del templo y no le pasó desapercibido aquel cura joven en el confesionario. ¡José!  No tenía la menor intención de confesarse pero como vio al sacerdote allí, en aquel momento, leyendo con tanto recogimiento… El caso es que después de salir de casa sin la menor intención de entrar en una iglesia y menos de confesarse,  volvía perdonado, edificado y contento. Este joven, agradecido, venía a darme las gracias por el hijo sacerdote, vehículo del perdón del Señor para con él. Quedó tan contento tan contento con la confesión que hizo de la mano de nuestro querido José que cuando falleció no conociéndome de nada vino a consolarse conmigo.
“¡Después de tantos años que llevaba sin confesarme, que di con un sacerdote que me comprendía tan bien!”… Vino a traerme el ramo de flores y hablar conmigo de José. Su fallecimiento le había afectado muchísimo…

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