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10 jul 2013

Prodigios de la Virgen del Carmen



Desaparece la gangrena


Alfonso Pradera escribía desde Badajoz, el 6 de abril de 1926: "El día 3 del pasado marzo, viniendo de cacería, tuve la desgracia de que se espantase mi caballo, cogiéndome desprevenido, pues me encontraba colgando la escopeta en el arzón de la silla vaquera. Al brinco que dio el animal, caí al suelo, rompiéndome la tibia derecha.


Veinte días después, apareció en la herida una mancha gangrenosa, que me angustió y que alarmó sobre manera a toda la familia. Después he sabido que los médicos se habían preocupado muchísimo. Yo no dejé de conocer la extraordinaria gravedad del mal, y entonces prometí a la Santísima Virgen del Carmen, cuyo bendito y milagroso Escapulario llevo con gran fervor desde muy niño, que si no me tenían que amputar la pierna rezaría diariamente su Oficio Parvo y pondría en el camarín una pierna de plata.

Comencé una novena a la Virgen en compañía de mi esposa e hijas, que son muy piadosas y amantísimas de la Reina del Carmelo. Coloqué el bendito Escapulario sobre la parte dañada, y, ¡oh prodigio!, al siguiente día comenzó a desaparecer la manchita de gangrena, quedando dos días después la carne sana por completo.

Los médicos han quedado tan sorprendidos como nosotros por este prodigio".


Una niña ciega recobra la vista al besar el Santo Escapulario

La meningitis tuberculosa es una infección de las membranas que recubren el cerebro y la médula espinal (meninges). Está causada por el Mycobacterium tuberculosis, la bacteria que causa la tuberculosis y que se disemina al cerebro desde otro sitio en el cuerpo.

En Jerez de la Frontera (España), en 1952, sucedió este prodigio: una niña había quedado ciega, víctima de una meningitis tuberculosa, sin que los médicos diesen la menor esperanza de recuperar la luz extinguida en las pupilas de la candorosa y angelical niñita.

-"Sólo un milagro - había dicho un médico fervoroso a la buena madre- le podría devolver la vista.
"El corazón de la piadosa madre había ido disponiendo el corazón de su amada y angelical hijita con una fe, una humildad y perseverancia, a la que no sabe resistir jamás el corazón clementísimo y dulcísimo de la Madre de Dios.

Y con aquella fe que quebranta las piedras y hace trasladar los montes, susurra en el corazón de su inocente hija:
-"Pero si no te hace el milagro, es que no lo merecemos o que te conviene más la ceguera para tu salvación".

En estas condiciones, y con el convencimiento ciertísimo de ser escuchadas y atendidas, llegó la hora del besamanos a la Virgen. Cuando se acercaba la madre, entre medrosa y confiada, y sugería a su hija que esperase contra toda esperanza el ser oída y atendida por la bondad de nuestra dulce Madre, la tierna niña, dando un suspiro de amor y poniendo su alma en los labios para besar el Santo Escapulario, sintió un escalofrío y un estremecimiento súbito en todo su ser, y de pronto:
-"¡Madre, que veo a la Virgen! ¡Qué lindísima es!"

Todos los presentes sintieron el escalofrío de lo sobrenatural y lo sublime, y con las gargantas anudadas rindieron el tributo más grande de amor a nuestra Madre Coronada agradeciéndoselo.


Curación de un incrédulo

El P. Pablo de los Santos nos dice que en Praga había un caballero noble, llamado Juan Bautista Castelo, cuya esposa, Bárbara, era devotísima del Santo Escapulario, de lo cual se burlaba el incrédulo esposo. Con gran paciencia, la devota señora , lo sufría y lo soportaba, pero un día le dijo:
-"No tomes a guasa y burla las cosas de la Virgen Santísima, no sea que atraigas sobre ti la cólera y el enojo del Señor".

Y dicho esto, tan sólo unos pocos días después, le sobrevino a su marido una penosa enfermedad, que se fue agravando día tras día, hasta perder del todo la vista. Seis meses estuvo así, sin la menor esperanza de remedio, aunque llamó a los más célebres doctores de toda su patria.

Viéndose en tan lamentable estado, comenzó a cavilar en lo presto que perdió su salud luego que su esposa pronunciara aquella fatídica sentencia. Pero Dios nuestro Señor, que le quería con salud, pero arrepentido, comenzó a infundirle la luz en su alma, a fin de que, conociendo sus yerros pidiese perdón a Dios, poniendo por intercesora a nuestra dulce Madre María.

Estando embebido y ensimismado en semejantes ideas, se quedó transportado en un dulce sueño, logrando en él la mejor receta para su salud, pues con la viveza con que el sueño representa las cosas, vio a la Virgen Santísima con hábito del Carmen, diciéndole que se impusiera cuanto antes el Santo Escapulario, y con él, juntamente con la vista, recibiría perfecta salud en su alma.

Vuelto en sí, contó a su devota esposa lo que le había pasado. Y ella, llena de gozo y anhelando que recibiera el Escapulario, llamó inmediatamente a su confesor, el cual se lo impuso, escuchando a la par su confesión más humilde y fervorosa. Y al momento de recibir la Sagrada Comunión, recuperó de súbito la vista, manifestando el efecto milagroso que la receta, aunque soñada, tuvo un efecto rápido, eficaz y prodigioso.

Texto extraído de "Prodigios del Escapulario", del P. Rafael Mª López-Melús, OCD.

Fuente: webcatolicodejavier

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